Como empezó todo
No recuerdo el momento, ni la edad, no sé el porqué ni que lo motivó; pero mi vida siempre ha estado ligada a los caballos. En mi familia no había habido ningún precedente de alguien que tuviera esta pasión. Ya de niño, mi madre me cuenta, que lo único que pedía para Reyes era que me trajeran un caballo… ¡cada año lo mismo! Y al final obtuve resultado, mi abuela me regaló uno, aunque de cartón… Dicen que me pasaba horas encerrado en el baño leyendo libros de todo tipo sobre caballos, que les contaba que tenía el don de hablar con ellos, que me entendían… En fin, siempre han sido mi gran pasión.
Ya con ocho o nueve años, mis padres, a los que agradezco muchísimo, me apuntaron a clases de equitación en la Escuela Municipal la “Foixarda”, dónde tuve profesores muy buenos, y dónde a lo largo de siete años aprendí una doma básica bastante buena. Con unos doce años, un buen hombre que padecía una enfermedad terminal y que sabía que me encantaban los caballos, me dijo de montar a su yegua llamada Duna, pues el hacía años que ya no era capaz. Era una yegua torda cruzada de español y un poco traumatizada, pues tiempo atrás le habían quemado la cuadra. Después de unos cinco años sin que nadie la montara, y sin tener ni silla ni cabezada, la empecé a montar, después de un tiempo trabajando pie a tierra para que confiara en mí. No recuerdo las veces que me caí de ella, pero fueron bastantes. Cuando pasábamos por la esquina donde empezó el incendio de su antigua cuadra, se le cruzaban los cables y se pingaba hasta que conseguía tirarme. Con el tiempo, ¡alcanzamos una unión casi perfecta! Recuerdo un buen día, paseando con Duna, se nos acercó un hombre que nos veía montar a menudo, y me preguntó si le podía ayudar con un potro que había comprado, y así lo hice. Pasé unos años montando a Duna y a aquel potro y tengo muy buenos recuerdos de esa época, aprendí mucho de todo aquello. ¡Fueron años muy felices!
No fue hasta los veinticinco años cuando pude comprar mi primer caballo. En esa época ya llevaba unos años trabajando y tenía un dinero ahorrado. Me puse en contacto con un propietario que anunciaba por internet la venta de un potro. Cuando llegamos al lugar con mi mujer, ¡allí estaba!, Sultán, un Árabe alazán de dos años y medio de edad, ¡que belleza! Cuando lo soltaron a la pista para ver cómo se movía, nos quedamos perplejos observando los movimientos típicos del caballo árabe y la fuerza que transmitía. De hecho fue mi mujer la que insistió en que ése era el caballo perfecto para mí, y sin casi darme cuenta le dio una paga y señal al propietario. Hasta los tres años y medio de edad lo domé pie a tierra a la voz y la primera monta fue increíble, ni se inmutó, me permitió montarlo sin hacerme ningún renuncio. Al tenerlo desde tan joven nos hemos podido hacer el uno al otro. A veces tengo la sensación que sólo pensar en lo que quiero hacer se lo transmito. Como buen árabe es un caballo muy resistente, con mucha sangre, capaz de aguantar días de ruta sin mostrar ninguna señal de cansancio.
Nuestro otro caballo se llama Joker, es un cruzado de español, de capa castaña y de quince años de edad. En Jaén los conocen como “Caballos de la Sierra”: son realmente fuertes y tienen mucho hueso. Parece ser que lo habían usado para trabajar con el ganado y así lo demuestra la cicatriz que tiene en uno de sus cuartos traseros. Lo compramos para mí mujer con la intención que sirviera como caballo de clases y rutas. Es un buen caballo, y aunque es apto para cualquier jinete, tiene carácter y se nota que lo han tocado muchas manos, pues sabe perfectamente que tipo de jinete va montado en él. En las rutas largas, de varios días demuestra una capacidad asombrosa. ¡Estoy muy orgulloso de él!